Publicado en La Razón el viernes 7 de febrero de 2020
Me gustaría ser tan optimista como algunos amigos, supuestamente bien informados, sobre el futuro de la Unión Europea. Mantienen, pese al Brexit, que los 27 van a reforzar sus lazos económicos, sociales, comerciales y de todo tipo para llevar a buen puerto la idea de “los estados unidos de Europa”. Opinan que, precisamente, tras la experiencia del Brexit, los dirigentes europeos son más conscientes de la necesidad de afianzar la unión.
Personalmente no soy nada optimista sobre el futuro de la UE y voy a tratar de razonarlo. En primer lugar, hay que tener muy presente que para los intereses económicos de las tres superpotencias, a saber, USA, Rusia y China, una gran potencia europea con quinientos millones de habitantes compitiendo de igual a igual no es nada deseable.
La Norteamérica de Trump ya ha hecho su trabajo llevándose al UK, y declarando abiertamente, en su última visita, que esa era su intención y ofreciéndole acuerdos preferenciales.
Pero eso no queda así. Escocia e Irlanda del Norte se pronunciaron claramente, con un 62 y un 56 por ciento respectivamente, a favor de la permanencia, mucho más que el escaso 51,9 por ciento del conjunto del Reino Unido a favor de la ruptura.
El líder del Sinn Fein y viceprimer ministro de Irlanda del Norte, Martin McGuinness, ha pedido la celebración de un referéndum para que sus habitantes decidan si quieren salir del Reino Unido y unirse a Irlanda, ya que esto les permitiría seguir siendo miembros de la UE. Por su parte la líder del gobierno escocés, Nicola Sturgeon ha pedido también la celebración de un referéndum para permanecer en la Unión Europea. Es pronto para vaticinar el futuro de estas dos propuestas de referéndums, pero dado el apoyo popular, y ya se sabe que los políticos hacen aquello que les da votos, no creo que esos dos líderes se puedan permitir el lujo de ignorar a sus votantes.
Los partidos euroescépticos, más de derechas que de izquierdas, siguen ganando posiciones en países como Austria, Hungría, Polonia, Finlandia, Francia o Italia, de momento. Se oponen a las políticas de la socialdemocracia europea, fuertemente condicionadas por los movimientos de la izquierda radical, que imponen la ideología de género, son abiertamente favorables a una inmigración abierta, leyes LGTBI, lo que ha venido en llamarse el “feminazismo” y en general una educación desprovista de los valores que han configurado por siglos a los ciudadanos europeos.
Por otra parte, el conflicto territorial no es exclusivo de España y no solo es Cataluña la región europea en la que el sentimiento identitario ha crecido en los últimos años (en Cataluña de un 15 a un 48 por ciento).
Copio de una reciente publicación europea: “El nacionalismo y secesionismo están más que nunca sobre la mesa. Lo están en España de manera muy visible en el caso de Cataluña. Pero es sólo una muestra. Un botón de un fenómeno muy extendido en un continente que, como Europa, alberga a numerosos movimientos nacionalistas e independentistas. Unos tienen más fuerza que otros. Unos han llevado al primer plano su “problema”, otros están dormidos. Pero todos ellos son, sin duda, una amenaza al actual sistema europeo tal y como lo conocemos”.
No hay unas Fuerzas Armadas europeas autónomas, sino dependientes de la OTAN, no funcionan las euroórdenes (ni en la época del IRA y ETA), los tribunales de justicia se ejercitan en las descalificaciones mutuas, ni siquiera hay una política exterior única y consensuada. Cada país tiene sus intereses que le son propios y a los que no renuncia en favor de políticas comunes.
La financiación de gobiernos, ONG´s y otros organismos al servicio del boicot a la Europa unida harán el resto. Por todo ello no puedo ser optimista. Ojalá me equivoque.
Muy certero el artículo en el diagnóstico. La UE nació con el beneplácito de EE.UU. con el objeto de crear una zona comercial afín a la política norteamericana de los gobiernos de la Guerra Fría con una interdependencia económica tan fuerte entre sus países integrantes que evitaría que los enfrentamientos y las guerras de la primera mitad del siglo XX se volvieran a repetir. Pero de ahí a crear una nueva potencia que hiciese competencia directa a las potencias tradicionales, ya eso es otra cosa. Desde la fallida implantación de la Constitución Europea, la UE no ha parado de dar tumbos, sin perjuicio de estancarse en el desarrollo de mecanismos de acercamiento entre las instituciones europeas y la población. No son órganos representativos, no se vota a sus gobernantes, y el único poder que se elige, el Parlamento, ni siquiera, tiene poder legislativo per se, sino que requiere de la dichosa codecisión para que cualquier iniciativa se active (Codecisión: el Consejo de la UE o la reunión de ministros europeos de cada ramo propone, la Comisión Europea traslada asume su impulso y lo presenta al Parlamento para su aprobación). Si el Consejo y la Comisión no favorecen las medidas a votar, no hay avance ni actividad.
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