Llámenme lo que quieran, no voy a defenderme, pero nadie me va a convencer de que cuando citamos interesadamente la frase de Winston Churchill en su discurso del 11 de noviembre de 1947, en la Cámara de los Comunes : “La democracia es el menos malos de los sistemas políticos”, omitimos, también con intención aviesa la frase completa: "De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando."
Gobierno de la mayoría, sería la definición clásica y generalmente
admitida como correcta, sin embargo la historia nos enseña con dramáticos
casos prácticos que esto no siempre es
así, es más no debería ser así por las terribles consecuencias que a veces
ocasiona.
“Hitler era un orador potente y cautivador
que atraía a un gran séquito de alemanes desesperados por un cambio. Les
prometió a los desencantados una mejor vida y una nueva y gloriosa Alemania. Los nazis apelaban especialmente a los
desempleados, los jóvenes y a las personas de la clase media baja (propietarios
de pequeñas tiendas, empleados de oficina, artesanos y granjeros).
El ascenso al poder del partido fue rápido. Antes de que la depresión económica golpeara, los nazis eran prácticamente desconocidos, y habían ganado apenas el 3 por ciento de los votos para el Reichstag (parlamento alemán) en las elecciones de 1924. En las elecciones de 1932, los nazis ganaron el 33 por ciento de los votos, más que cualquier otro partido. En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller, el jefe del gobierno alemán, y muchos alemanes creyeron que habían encontrado al salvador de la nación”.
Le decía no hace mucho el locutor Carlos Herrera a Pablo Iglesias: “Para mentir mejor hay que leer un poco más” y es que la historia es tozuda y se empeña en enseñarnos constantemente. Su desconocimiento nos condena irremisiblemente a repetirla, para lo bueno o para lo malo. Lo peor es que la incultura se enseñorea de nuestro país de forma tan alarmante que causa pavor lo que puede pasar. Los índices de fracaso escolar, de abandono de estudios, la falta de conocimiento que sobre cualquier cosa exhiben muchos jóvenes españoles en encuestas o simpes concursos televisivos dan miedo.
Platòn y Aristóteles abogaban, en primer lugar, por el “gobierno de los mejores” de los sabios (“aristos”), ancianos, filósofos, los más preparados. El problema radica en definir quiénes son esos “mejores”, aunque más que la definición, sería la aceptación por los demás, los ignorantes, los no preparados que, forzosamente serán siempre mayoría.
De ahí deviene el “gobierno de la mayoría” como ahora definimos a la democracia, aun sabiendo que el sistema tiene múltiples fallos y que nos ha llevado y nos lleva a situaciones difíciles que en ocasiones solo se han resuelto con el recurso a la violencia.
Una empresa, un ejército, un iglesia no son dirigidas de forma democrática sino por aquellos que acreditan un mayor nivel de conocimientos, un mejor equilibrio emocional, unas cualidades humanas que le hacen acreedor de respeto y admiración. El reconocimiento de una superior preparación que le permite dirigir a un colectivo.
Una nación es algo más importante y debería requerir unos “directivos” reconocidos por la mayoría como los mejores, los más carismáticos, mejor preparados, de más consolidadas convicciones y conocimientos. Pero no es así. Desgraciadamente para todos nosotros, no es así. No elegimos a los mejores ni nuestro voto es un voto de calidad, nuestro voto, y nos enorgullecemos de ello como si fuera el sumun de la democracia, es que el voto de un chico de 18 años, que quizás en su vida se ha interesado lo más mínimo por la política ni ha vivido experiencias que le hayan podido ayudar a formarse una idea de lo que está en juego en cada votación, ese chico de 18 años vota libremente, faltaría más, quizás a quien mejor le cae, al más simpático, a quien su intuición le aconseja.
A su lado, en la misma fila aguardando su turno, un anciano que ha vivido mil experiencias, que ha tratado y conocido de cerca a algunos políticos, que ha visto los engaños, los aciertos, las dificultades, y todo tipo de vicisitudes en la vida política del país, tiene ya en el sobre la papeleta con su voto. Pronto se confundirán en la urna ambos votos y nadie sabrá nunca a quien corresponde cada una. “Para mentir mejor hay que leer un poco más”, decía Carlos Herrera en una acertada frase, pero cierta hasta un determinado punto. Si quien oye desconoce tanto como el que habla, ¿Qué más da que sea vedad o mentira? ¿Cuantos oyentes se tragaron que en el 1977 Andalucía había votado en referéndum su permanencia en España? Pues muchos, millones que no tienen ni la menos idea de lo que pasaba en la España de la transición ni se han preocupado en saberlo. Y ¿todos los votos valen igual? Pues así estamos, camino del caos.
El ascenso al poder del partido fue rápido. Antes de que la depresión económica golpeara, los nazis eran prácticamente desconocidos, y habían ganado apenas el 3 por ciento de los votos para el Reichstag (parlamento alemán) en las elecciones de 1924. En las elecciones de 1932, los nazis ganaron el 33 por ciento de los votos, más que cualquier otro partido. En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller, el jefe del gobierno alemán, y muchos alemanes creyeron que habían encontrado al salvador de la nación”.
Le decía no hace mucho el locutor Carlos Herrera a Pablo Iglesias: “Para mentir mejor hay que leer un poco más” y es que la historia es tozuda y se empeña en enseñarnos constantemente. Su desconocimiento nos condena irremisiblemente a repetirla, para lo bueno o para lo malo. Lo peor es que la incultura se enseñorea de nuestro país de forma tan alarmante que causa pavor lo que puede pasar. Los índices de fracaso escolar, de abandono de estudios, la falta de conocimiento que sobre cualquier cosa exhiben muchos jóvenes españoles en encuestas o simpes concursos televisivos dan miedo.
Platòn y Aristóteles abogaban, en primer lugar, por el “gobierno de los mejores” de los sabios (“aristos”), ancianos, filósofos, los más preparados. El problema radica en definir quiénes son esos “mejores”, aunque más que la definición, sería la aceptación por los demás, los ignorantes, los no preparados que, forzosamente serán siempre mayoría.
De ahí deviene el “gobierno de la mayoría” como ahora definimos a la democracia, aun sabiendo que el sistema tiene múltiples fallos y que nos ha llevado y nos lleva a situaciones difíciles que en ocasiones solo se han resuelto con el recurso a la violencia.
Una empresa, un ejército, un iglesia no son dirigidas de forma democrática sino por aquellos que acreditan un mayor nivel de conocimientos, un mejor equilibrio emocional, unas cualidades humanas que le hacen acreedor de respeto y admiración. El reconocimiento de una superior preparación que le permite dirigir a un colectivo.
Una nación es algo más importante y debería requerir unos “directivos” reconocidos por la mayoría como los mejores, los más carismáticos, mejor preparados, de más consolidadas convicciones y conocimientos. Pero no es así. Desgraciadamente para todos nosotros, no es así. No elegimos a los mejores ni nuestro voto es un voto de calidad, nuestro voto, y nos enorgullecemos de ello como si fuera el sumun de la democracia, es que el voto de un chico de 18 años, que quizás en su vida se ha interesado lo más mínimo por la política ni ha vivido experiencias que le hayan podido ayudar a formarse una idea de lo que está en juego en cada votación, ese chico de 18 años vota libremente, faltaría más, quizás a quien mejor le cae, al más simpático, a quien su intuición le aconseja.
A su lado, en la misma fila aguardando su turno, un anciano que ha vivido mil experiencias, que ha tratado y conocido de cerca a algunos políticos, que ha visto los engaños, los aciertos, las dificultades, y todo tipo de vicisitudes en la vida política del país, tiene ya en el sobre la papeleta con su voto. Pronto se confundirán en la urna ambos votos y nadie sabrá nunca a quien corresponde cada una. “Para mentir mejor hay que leer un poco más”, decía Carlos Herrera en una acertada frase, pero cierta hasta un determinado punto. Si quien oye desconoce tanto como el que habla, ¿Qué más da que sea vedad o mentira? ¿Cuantos oyentes se tragaron que en el 1977 Andalucía había votado en referéndum su permanencia en España? Pues muchos, millones que no tienen ni la menos idea de lo que pasaba en la España de la transición ni se han preocupado en saberlo. Y ¿todos los votos valen igual? Pues así estamos, camino del caos.
Es que la democracia exige algo más. Es un estadio que alcanzan los pueblos adultos, educados, responsables y sobre todo poseedores y guardianes de valores que, precisamente los que aquí presumen de demócratas han quasi destruído. Honradez, laboriosidad, civismo, solidaridad, lealtad, patriotismo, reconocimiento del esfuerzo y promoción de los más capaces....Sembremos Valores y recogeremos Democracia
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo, pero ¿quien o quienes y cuando empiezan? Porque lo que es prometer, todos prometen mucho, pero el tema más importante que es precisamente la educación y la formación de los ciudadanos, llevamos cuarenta años perdidos. No son capaces de ponerse de acuerdo. Mientras no alcancemos ese grado de madurez, esta seguirá siendo una democracia imperfecta.
EliminarY no olvidemos la gran culpabilidad de los medios de comunicación, altavoces de la zafiedad, en la (de)formación de la sociedad a la que dicen servir. ¿En manos de quien están?. ¿Qué valores fomentan con la telebasura, la explotación de la morbosidad y la falsa tolerancia que propugna como normal lo que el sentido común rechaza?. ¿Es así como se educa a un pueblo?
EliminarFelicidades por el articulo. Totalmente de acuerdo
ResponderEliminarEfectivamente, cordura es lo que más necesitamos de esta plebe de políticos más preocupados por su situación personal que por la de España. Así nos va.
ResponderEliminarSaludos y felices fiestas.
Muchas felicidades y que sigas teniendo éxito con tus escritos. JAA
ResponderEliminarramón
ResponderEliminar¿pero como evaluar el grado de conocimiento de cada persona?
Tanto en la enseñanza, como en la sanidad púbicas, los costes en igualdad de circunstancias con la privada, son mucho mayores. ¿Por qué? porque los colectivos con menos conocimientos, participan en la toma de decisiones, en función únicamente del número y no de la capcidad para tomar decisiones
Cuando alcancemos la madurez como democracia (un pueblo culto y formado en valores) sabremos distinguir y, en consecuencia elegir, a los mejores. Saquemos temporalmente a los mejores profesiones de sus trabajos , paguémosles bien y premitámosles regresar, tras un periodo de trabajo para la sociedad, a sus antiguos puestos y tendremos magníficos políticos dirigiendo al país y por un tiempo máximo de dos legislaturas. ¿Que es una utopía inalcanzable? Puede ser pero si lo intentamos a lo mejor nos aproximamos. Todo menos este desastre. Puede volver a pasar lo que narro en el artículo. Ya ha pasado demasiadas veces.
Eliminar