“De muy escasa inteligencia, sin
actividad funcional en el cerebro, alocado, insensato, falto de juicio o madurez…” según define la RAE, y que
puede aplicarse a personas que actúan de
forma poco racional.
El cerebro humano es el organismo que
dirige nuestras acciones y actitudes, que controla nuestras actividades, que
entiende y acumula conocimientos, es, en definitiva un órgano de fundamental
importancia para el desarrollo de la persona y sus características
diferenciales con otros seres humanos.
Al
cerebro se le “educa” desde la infancia, cuando se adquieren los primeros
conocimientos, pero sobre todo cuando se
va formando la personalidad que irá desarrollándose a los largo de nuestras
vidas. La formación específica terminará de configurar al ser humano y su
vida.
La vida se compone de aciertos y
errores, decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas, de menor o mayor
transcendencia. No comporta la misma consecuencia elegir el vehículo que vamos
a adquirir que la persona con la que queremos pasar el resto de nuestros días.
Lo
acertado o equivocado de nuestras decisiones va a depender de dos factores
fundamentales e íntimamente relacionados: la información sobre la cuestión a
decidir que hemos recibido o hemos sido capaces de adquirir y la capacidad de
nuestro cerebro de procesarla y tomar la decisión más adecuada.
De errores y aciertos están llenas
nuestras vidas y a más años más abundancia de unos y otros. La importancia de
los temas sobre los que decidimos en un momento determinado está en función de
su transcendencia.
Pero hay decisiones que no solo nos afectan a nosotros, sino que transcienden el ámbito de lo privado y llegan, muchas
veces, a colectivos que van a sufrir las
consecuencias directas de nuestras decisiones, más numerosas e importantes
cuanto más responsabilidades tengamos.
Llegados a este punto que cada uno
analice, hasta donde sea capaz, hasta donde su inteligencia y conocimientos le
permitan, el comportamiento y las decisiones de nuestros líderes políticos.
Elementos para el juicio tenemos de sobra porque sus declaraciones públicas son
abundantes y variadas, porque con frecuencia sus actos son también públicos y
notorios.
Otra cosa no, pero en España la
abundancia de políticos, profesionales o circunstanciales, es considerable. Los
tenemos nuevos y con experiencia, con formación académica y que no saben hacer
la “o” con un canuto, con experiencia en la vida laboral al margen de la
política y los que han vivido de “esto” desde la militancia en las juventudes
de su partido, de los que han cambiado de partido, en fin de todo hay en la
viña del Señor.
Tanta
variedad no supone forzosamente una abundancia de personas capacitadas para
dirigir a su país, su comunidad o su municipio, y, a la vista de lo que
está ocurriendo, me inclino por pensar que, precisamente escasean los cerebros bien formados y con claridad de ideas.
Muchos, demasiados, no han llegado al mínimo grado de madurez exigible y,
desgraciadamente, tampoco los electores, la ciudadanía, tiene las ideas claras y
el resultado es el que es, un
batiburrillo de partidos, algunos de escaso recorrido, incapaces de actuar
en beneficio de sus compatriotas, que no
ven más allá de sus intereses personales o partidarios.
Ejemplos hay a miles en el mundo entero, actuales y pasados. Personas
que para desgracia de sus congéneres han llegado a ostentar puestos de gobierno
y cuyas decisiones han ocasionado tremendas catástrofes. Sería interminable la
lista de personas cuyos cerebros no parecen haber adquirido la madurez y el
conocimiento requerido para las responsabilidades a las que de una u otra forma
han llegado. Personas que lideran a un país sin recursos propios, con escasez
de casi todo menos de armamento nuclear, personas cuyo fanatismo religioso
sirve de excusa a los más atroces crímenes, personas cuyo deforme cerebro
impele a entrar en un centro educativo y asesinar a alumnos y profesores, y así
seguiríamos de mayor a menor gravedad relatando hechos y consecuencias de
decisiones tomadas por personas a las que podríamos calificar de descerebradas.
Hablaba en un anterior artículo del gobierno de los mejores y, en cierto
modo, lo contraponía al gobierno de las mayorías cuyas consecuencias, tristes
en muchos casos, todos conocemos. El problema es arbitrar formulas justas que
llevaran a estas personas a los puestos de responsabilidad, pero merece la
pena, por el bien de la humanidad, que al menos se intentara. Eso sería el
verdadero progreso.
Hay una expresión popular que define
muy certeramente lo que trato de explicar: “Tiene la cabeza muy bien
amueblada”, decimos cuando reconocemos en otras personas esas cualidades que proporcionan
un cerebro bien formado. Aunque no sean psicoanalistas, les sugiero que hagan
el ejercicio de examinar, a través de
sus palabras y decisiones, como de bien amueblados están los cerebros de
nuestros políticos en activo.
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