Ni ellos mismos lo tienen
claro. Quienes reclaman una España multinacional no saben contestar a la
pregunta de ¿Cuántas naciones hay en el Estado Español? ¿17? ¿Tantas como
autonomías? ¿Solo tres, Cataluña, País Vasco y Galicia? Y los demás ¿Qué somos,
apátridas?
¿Qué hacemos con Aragón que como reino incluía al condado de Barcelona? ¿O
el Reino de Valencia y su lengua, más antigua que el catalán? ¿Y nosotros los
andaluces y Al Andalus que era prácticamente toda la península y duró siete
siglos?
Realmente es que tampoco tienen
muy claro, más bien al contrario, lo que es una nación. Lo que, sea lo que sea,
tampoco nunca han sido. O sea que de reclamar derechos históricos nada de nada.
Supongamos
que una mayoría cualificada de catalanes, pongamos los tres quintos, es decir
unos cuatro millones doscientos mil catalanes, desearan independizarse del
Reino de España y legítimamente lo plantearan en la Cortes Españolas, tal como
hizo en su momento el lendakari Ibarretxe y que fue rechazado por el Congreso
de los Diputados el 1 de febrero de 2005, después de que hubiera sido aprobado
por el Parlamento Vasco por 39 votos a favor sobre 75, es decir apenas el 52
por ciento de los parlamentarios vascos.
No ignoran
quienes propugnan estas independencias, disfrazadas de “derecho a decidir” que
no hay país democrático en el mundo, y no digamos otros tipos de gobierno,
donde ese supuesto derecho exista. Circula por las redes sociales una reciente
entrevista de un periodista del TV3 que, sin duda buscando una complicidad del
exiliado presidente de Bolivia Evo Morales, le pregusta si vería legítimo que
una parte de Bolivia se declarase independiente. La respuesta del populista
presidente boliviano no ofrece lugar a dudas: “Independencia, jamás”. La cara del periodista de TV3 todo un poema.
Los
españoles hemos superado el periodo más largo de democracia en toda nuestra
historia, cuarenta años de paz social y
progreso económico, no sin dificultades ciertamente, muchas de ellas debidas a
crisis económicas internacionales, nos hemos incorporado a las instituciones
internacionales más democráticas y prestigiosas jugando un papel importante,
nuestra economía está entre las primeras del mundo, nuestros deportistas
individualmente y en equipo logran éxitos internacionales, nuestras fuerzas
armadas, más de dos mil quinientos soldados,
están desplegados por todo el mundo en más de dieciséis misiones de la
ONU, OTAN y UE, las empresas españolas construyen el canal de Panamá, el AVE a
la Meca, autopistas y ferrocarriles por todo el mundo, somos el segundo país
del mundo en turismo y el primero en trasplantes de órganos, y todo eso a pesar
de contar con una clase política que va a lo suyo, con tasas de paro
insoportables si no existiera una de la economías sumergidas más altas de
Europa (la segunda después de Grecia) y nuestros 17 sistemas educativos, uno
por comunidad, no logran sacarnos de los últimos puestos en las encuestas
internacionales.
Ignoran
estos destructores de la nación española que nuestra Carta Magna fue aprobada
muy mayoritariamente por los españoles y muy concretamente por más del 90 %, de
los catalanes, concretamente en Barcelona el 90,38 %, el 89,78 % de Gerona, el
91,34 % de Lérida y el 90,99 € de Tarragona.
¿Qué
porcentaje de catalanes quiere ahora destruir lo que otros catalanes han hecho
en estos cuarenta años?
Hay algo en
lo que nos hemos equivocado los españoles, la transferencia de la educación a
comunidades autónomas que la han utilizado como medio de adoctrinamiento en el
odio a España y, a juzgar por la situación actual, lo han logrado, pero esos
fanáticos deben tener en cuenta que cuarenta años de terrorismo salvaje con
casi mil muertos y miles de heridos y mutilados no lograron ese objetivo.
España no abandonó ni a abandonará a los españoles que quieren y están
orgullosos de serlo, aunque haya políticos que miran más por sus intereses
personales que por los colectivos, pero somos muchos millones de españoles que
queremos dejarle una España mejor a nuestros hijos y nietos, por mucho que se
empeñen en lo contrario algunos políticos fanáticos, avariciosos y corruptos.
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