Que tres partidos políticos españoles, cuya suma de escaños sobrepasa los tres quintos de la Cámara, (PP, PSOE y Ciudadanos) suficiente para la propuesta de modificaciones en la Constitución, estén en disposición de llegar a un acuerdo de gobierno que contemple esta y otras reformas absolutamente necesarias para, por lo menos, otros cuarenta años de paz y prosperidad, no tiene muchas opciones de repetirse. Si se deja pasar esta oportunidad estoy por apostar a que no volveremos, los españoles, a estar en mejor deposición para acometer reformas consensuadas.
Después de todo, ese batiburrillo de
partidos y partidillos (por número de escaños obtenidos), no sería tan malo,
siempre que los políticos estén a la altura del momento lo que, por desgracia
para España, tiene pocas posibilidades de ocurrir.
Llevamos desde el pasado 20D, fecha en
la que se conocieron los resultados de las elecciones generales, con multitud de
rumores sobre posibles coaliciones, intercambio de programas, sillones, puestos
en las mesas de Congreso y Senado…un autentico chalaneo de todos con todos,
menos, por el momento el Partido Popular, al que parece que nadie le baila el
agua.
Ciudadanos nada entre dos aguas y el
resto, la parte significativa del resto, se alinean claramente con la izquierda
más o menos radicalizada y dispuesta a negociar una rebaja de sus demandas
programáticas.
Así las cosas, la salida más natural
serán unas nuevas elecciones que ninguno quiere, pero para evitarlas hay que
ver hasta donde están dispuestos a llegar cada uno, a qué están dispuestos a
renunciar para que esas temidas y nada recomendables nuevas elecciones tengan lugar.
¿Esta Rajoy dispuesto para el sacrificio,
si con su salida del gobierno hubiera una posibilidad de coalición de los tres
partidos mencionados? La respuesta, hoy por hoy, es negativa. Rajoy se
considera imprescindible y avalado por una buena gestión económica.
Mucho menos Pedro Sánchez, que sabe que
si no es ahora Presidente del Gobierno no lo será nunca, está dispuesto a dejar
su privilegiada posición para intentar una coalición de partidos de izquierdas,
siempre que logre convencer a Pablo Iglesias de que el asunto catalán solo
tiene la salida pactada de una reforma constitucional, para la que sí o si
necesitan al PP. Difícil prometer lo que no depende de uno, pero así de
arriesgados son nuestros políticos.
No es fácil y hay todavía mucho
partido, pero el final feliz a que me refiero más arriba, la coalición que
haría posible los acuerdos constitucionales y en otros temas transcendentes,
solo será posible si hay altura miras,
generosidad, sentido de Estado, espíritu de sacrificio por el bien común y
tantas virtudes sociales que se echan
mucho de menos.
Como digo, ese acuerdo tripartito no
tiene muchas posibilidades, por desgracia, repito, y lo que parece que tiene
más posibilidades de ocurrir son los pactos de izquierdas por los que Pedro
Sánchez está dispuesto a conceder a los separatistas catalanes y vascos
auténticas canonjías y el camino expedito al derecho a decidir.
La esperanza de que la catástrofe no se
perpetre solo está en los propios socialistas, los barones, Susana Díaz, y
algunos altos cargos que conservan una cierta claridad sobre lo que de verdad
es importante y que no es otra cosa que el bien común de todos los españoles, o
al menos de la inmensa mayoría.
La recuperación económica, en la parte
cuya responsabilidad es nuestra, de los españoles, y no depende de
condicionantes externos, puede perder el camino andado y regresar a situaciones
del inicio de la crisis o peores y de ahí seguir retrocediendo.
En países europeos con una mayor
experiencia democrática y una clase política más consolidada, que ha vivido
situaciones similares, han optado, no sin debates previos a veces muy duros, a
coaliciones en principio muy difícil pero de muy satisfactorios resultados.
¿Por qué aquí no?