Publicado en el diario La Razón el miércoles 15 de mayo de 2019
Es muy frecuente, en nuestra
sociedad española, poner etiquetas a todo y a todos, con el grandísimo
agravante de que, si hace fortuna, esa etiqueta no la quita ya nadie.
La hay de
todo tipo pero fundamentalmente unas son positivas y halagadoras de una
condición o cualidad personal y otras todo lo contrario, se emplean para
denigrar al otro, al contrario, o a quien nos cae muy mal. Ni que decir que
las segundas superan por goleada a las primeras. Somos más propicios a ofender
que a alagar. “La envidia, que es nuestro deporte nacional, es una declaración de inferioridad” ya lo dijo
Fernando Díaz – Plaja en su exitosa obra “El español y lo siete pecados
capitales”.
Naturalmente
nuestros políticos, seres selectos de nuestra sociedad, son el reflejo de lo
que representan y, por supuesto, tampoco escapan a la tentación de etiquetarse
entre ellos: “Facha, que eres un facha”
Sin embargo
la aplicación de las etiquetas resulta siempre injusta. Ninguna define
enteramente al etiquetado o excluye otras “cualidades” del adjudicatario. Como
ejemplo la izquierda se auto etiqueta de “progre” y lo justifica en que solo la
izquierda quiere el progreso de la humanidad, las mejoras sociales, y que todo
vaya a mejor, cuando ese es el objetivo de todo ser humano, mejorar en todos
los aspectos de la vida. Luego, “progres” somos todos o pretendemos serlo. Es
una etiqueta positiva que se ha adjudicado la izquierda en exclusividad.
Por el
contrario, esa misma izquierda trata a la derecha de conservadora, como si todo
el pasado fuera malo y desechable. ¿Quién no quiere conservar lo que de bueno
ha ocurrido en su vida? Y eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, ¿para
qué queda? Todos, pues, tenemos algo de conservadores, conservadores de lo
bueno, de los recuerdos, de las costumbres, de la cultura, de nuestros
monumentos, de la parte buena, que la hay, aunque algunos se empeñen en
negarlo.
Y llegamos
a otro término del que todos quieren apropiarse, el liberalismo. Equiparamos el
liberalismo a la libertad, la libertad de pensamiento, de prensa, de acción, de
la economía,…suena muy bien, pero tiene el peligro anexo del libertinaje, el
todo vale, la libertad de expresión sin límites, sin leyes ni normas que la
regulen y controlen.
Así pues,
querido lector, le propongo el ejercicio de que usted mismo se etiquete. Hágalo
para usted, con absoluta franqueza y verá como es progre, conservador y
liberal, todo al mismo tiempo y para cada cosa.
Sin
embargo, lo estamos viendo en las diversas campañas electorales, unos etiquetan
a otros con lo que creen malo y se adjudican lo que creen bueno, pero no
especifican en qué son una cosa u otra. El caso es que esas etiquetas, que ya
hemos visto que por sí solas no definen a nadie, han calado en la sociedad que
ya no se para a analizar por qué unos son populistas, otros extremistas de
derecha o izquierda y en qué lo son.
Tenemos una
sociedad muy cómoda que le gusta que le den el trabajo hecho, no se para,
generalmente, a analizar a los
candidatos, su trayectoria profesional, si la tienen, sus ideas sobre cada uno
de los temas importantes,…no analiza, se traga la pastilla entera.
Claro, todo
este planteamiento se viene abajo cuando oímos a uno de nuestros políticos más
destacados decir, como todo argumento, que no quiere volver al armario. Que
nivelazo. País!!!