Publicado en el diario La Razón el lunes 14 de enero de 2019
Es casi
imposible saber quién dice la verdad, ni en los medios de
comunicación, ni en tertulias políticas y mucho menos en las redes sociales.
Los debates, si el medio tiene, al menos, la decencia de llevar invitados de
distintas ideologías políticas, son una pelea de gallos a ver quién grita más, unos
a otros y no respetando turnos de intervención. No les interesa lo que diga el oponente, solo gritar “su verdad”, quitándose la palabra mutuamente.
Y ¿qué
decir de los datos? Aportan, sin enseñar a cámara, “datos oficiales” que, según
quien los arguya, difieren considerablemente o se interpretan de distinta
forma. En la mente de todos los lectores están los datos que derechas o izquierdas presentan sobre
las llamadas “violencia de género” o “violencia doméstica” o “violencia de
familia”, la procedencia geográfica de los asesinos y violadores, las falsas
denuncias, confundiendo las que prosperan o no, las que son desestimadas por falta
de pruebas o incluso las que no llegan a
ponerse, o el destino final de los
millones de euros que se arbitran para la lucha contra esa lacra.
Problemas importantes y graves, como el
citado, que exigirían pactos de estado con un consenso de todos, o casi todos, los
partidos políticos, se pierden en esos estériles debates públicos que no
convencen a nadie. Y no convencen porque la confusión es tal, la sobreabundancia
de datos, falsos en su mayoría, es tal y tan contradictoria que un observador
imparcial o de buena fe, jamás sacará conclusión válida.
Es también una
práctica habitual poner en boca de un
oponente político declaraciones o ideas manipuladas, recortadas de forma
intencionada, solo la frase o la parte de la frase que les interesa, obviando aquella parte que cambiaría
completamente el sentido de la declaración. Claro, decir, como acaba de decir el Dr. Sánchez, que un
partido que “elija a las mujeres como adversarias, pierde seguro” (él sabrá quién
lo ha dicho o directamente se lo ha inventado)
podría ser un ejemplo de la manipulación que venimos diciendo.
Hasta las
declaraciones del tristemente célebre comisario Villarejo están manipuladas. Los medios técnicos de que hoy se disponen
permiten un corta y pega que hábilmente realizado consigue efectos sorprendentes,
en primer lugar para quien ha sido grabado, que la mayoría de las veces ni se
reconoce en las grabaciones.
Por
supuesto que no es nuevo esto de la
mentira como arma política. Los políticos de todas las épocas han prometido
el oro y el moro a sabiendas de que, una vez adquirida la responsabilidad de
gobernar, muchas de esas promesas no serán cumplidas. En esto son campeones los partidos populistas, de uno y otro
extremo, cuyos programas se hacen exclusivamente
en función de los que ellos piensan o detectan que los ciudadanos quieren oír.
Un buen programa populista debe tener, a
partes iguales, mentiras programáticas del gusto del personal y el otro
cincuenta por ciento de descalificaciones del adversario, poniendo en su
boca las barbaridades más escandalosas
que causen miedo y escándalo, pero sobre todo un miedo que movilice a los ciudadanos para evitar la llegada del
terrible enemigo.
¿Qué hacer
ante tanta falsedad? Pues hay pocas reglas válidas para no dejarse engañar. En principio,
se me ocurre que la más válida es
recurrir a la trayectoria personal y del partido que nos vende la moto. Quienes
ya han gobernado son más fáciles de analizar. Aquello de que “por sus hechos los conoceréis” ya
puede ser aplicable a quien ha ejercido esas funciones, con honradez o no, con
eficacia o no, cumpliendo lo prometido o
no.
Más difícil
si el político es nuevo o su partido
tiene escasa trayectoria. En ese caso solo
queda acudir a los siempre hinchados currículos donde se recoja formación y
experiencia laboral. Si somos capaces de separar el grano de la paja, quizás nos
equivoquemos menos.
Se acercan
elecciones en España, elecciones municipales, autonómicas, europeas y, quien
sabe si generales. La fecha fijada es el domingo 26 de mayo, es decir, dentro
de cuatro meses mal contados. Ya los partidos políticos han iniciado la
presentación de candidatos, conocidos unos y nuevos otros, nos toca a los ciudadanos analizar a estas personas a quienes vamos a
pagar un sueldo durante cuatro años. Más que los programas y las descalificaciones
del adversario, tratemos de averiguar de verdad como son ellos. Háganme
caso, tendrán menos posibilidades de equivocarse. Son las personas, no sus partidos o sus programas.