Empiezo por decir que no soy nada partidario de las consultas
populares en países donde el régimen es una democracia representativa, no
un régimen asambleario, y lo razono añadiendo que, en cuestiones importantes y
trascendentes para el país, los que mejor conocen el tema a decidir son los
técnicos a quienes pagamos.
Los políticos tienen la obligación de
informarse, para lo que cuentan con múltiples asesores externos muy bien
pagados, y precisamente a ellos, a los políticos
electos, se les paga para que tomen decisiones por nosotros, para el bien
común, no para que sometan a la “gran
asamblea” que somos
todos los votantes, esas decisiones.
En unas votaciones para elegir a
nuestros dirigentes políticos, sea al nivel que sea, según mi criterio, por muy
democrático que se diga, adolece del
defecto de que todos los votos son iguales (sé que me van a poner como
chupa de dómine, pero también habrá quien esté de acuerdo). Lo que quiero decir
es que no debería valer igual el voto de
un adolescente que vota por primera vez que el de un catedrático de derecho
constitucional, pongo por caso.
Claro que eso es prácticamente inviable
y hay que conformarse con “el
menos malo de los sistemas políticos” según Winston
Churchill, que algo sabía de
esto. Debería haber alguna fórmula que
permitiera diferenciar, siquiera, en dos categorías, aunque fuera solamente por
la edad, unos y otros votos. De cualquier manera las leyes electorales de cada país
son distintas, algunas contemplan la segunda vuelta, otras varían en la
composición de las circunscripciones electorales, otras son presidenciales, en
fin ninguna es perfecta. En esto también habrá
que conformarse con la menos mala de las leyes.
Volviendo
al referéndum, la cosa es aún peor. Si
no se establecen previamente unas mayorías significativas y una participación
importante, puede ocurrir que por unos pocos votos se gane una consulta
popular y al día siguiente, como ha ocurrido en el Reino Unido de la Gran
Bretaña con el “Brexit”, se recojan en
24 horas, tres millones de firmas pidiendo la repetición del referéndum para el
regreso a la Unión Europea, bautizado como “Bregret”
Ya sabemos que, por ejemplo, el tanto
por ciento de los independentistas
catalanes ha variado significativamente en los últimos años, pasando de un 15 a un 48 por ciento en las pasadas
elecciones y sin embargo en estos momentos parece que desciende al 33. Cualquier referéndum, repito, que no
suponga una muy importante participación y una diferencia de votos muy
considerable corre el peligro de perder en poco tiempo, a veces horas, su
validez como expresión de la voluntad popular.