viernes, 25 de diciembre de 2015

DEMOCRACIA IMPERFECTA

                 Publicado en La Razón el viernes 25 de Diciembre de 2015

               Llámenme lo que quieran, no voy a defenderme, pero nadie me va a convencer  de que cuando citamos interesadamente la frase de Winston Churchill en su discurso del 11 de noviembre de  1947, en la Cámara de los Comunes : “La democracia es el menos malos de los sistemas políticos”, omitimos, también con intención aviesa la frase completa: "De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando."


Gobierno de la mayoría, sería la definición clásica y generalmente admitida como correcta, sin embargo la historia nos enseña con dramáticos casos  prácticos que esto no siempre es así, es más no debería ser así por las terribles consecuencias que a veces ocasiona.

        “Hitler era un orador potente y cautivador que atraía a un gran séquito de alemanes desesperados por un cambio. Les prometió a los desencantados una mejor vida y una nueva y gloriosa Alemania. Los nazis apelaban especialmente a los desempleados, los jóvenes y a las personas de la clase media baja (propietarios de pequeñas tiendas, empleados de oficina, artesanos y granjeros).

        El ascenso al poder del partido fue rápido. Antes de que la depresión económica golpeara, los nazis eran prácticamente desconocidos, y habían ganado apenas el 3 por ciento de los votos para el Reichstag (parlamento alemán) en las elecciones de 1924. En las elecciones de 1932, los nazis ganaron el 33 por ciento de los votos, más que cualquier otro partido. En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller, el jefe del gobierno alemán, y muchos alemanes creyeron que habían encontrado al salvador de la nación”.

         Le decía no hace mucho el locutor Carlos Herrera a Pablo Iglesias: “Para mentir mejor hay que leer un poco más” y es que la historia es tozuda y se empeña en enseñarnos constantemente. Su desconocimiento nos condena irremisiblemente a repetirla, para lo bueno o para lo malo. Lo peor es que la incultura se enseñorea de nuestro país de forma tan alarmante que causa pavor lo que puede pasar. Los índices de fracaso escolar, de abandono de estudios, la falta de conocimiento que sobre cualquier cosa exhiben muchos jóvenes españoles en encuestas o simpes concursos televisivos dan miedo.

         Platòn y Aristóteles abogaban, en primer lugar, por el “gobierno de los mejores” de los sabios (“aristos”), ancianos, filósofos, los más preparados. El problema radica en definir quiénes son esos “mejores”, aunque más que la definición, sería la aceptación por los demás, los ignorantes, los no preparados que, forzosamente serán siempre mayoría.    

           De ahí deviene el “gobierno de la mayoría” como ahora definimos a la democracia, aun sabiendo que el sistema tiene múltiples fallos y que nos ha llevado y nos lleva a situaciones difíciles que en ocasiones solo se han resuelto con el recurso a la violencia.

        Una empresa, un ejército, un iglesia no son dirigidas de forma democrática sino por aquellos que acreditan un mayor nivel de conocimientos, un mejor equilibrio emocional, unas cualidades humanas que le hacen acreedor de respeto y admiración. El reconocimiento de  una superior preparación que le permite dirigir a un colectivo.

         Una nación es algo más importante y debería requerir unos “directivos” reconocidos por la mayoría como los mejores, los más carismáticos, mejor preparados, de más consolidadas convicciones y conocimientos. Pero no es así.  Desgraciadamente para todos nosotros, no es así. No elegimos a los mejores ni nuestro voto es un voto de calidad, nuestro voto, y nos enorgullecemos de ello como si fuera el sumun de la democracia, es que el voto de un chico de 18 años, que quizás en su vida se ha interesado lo más mínimo por la política ni ha vivido experiencias que le hayan podido ayudar a formarse una idea de lo que está en juego en cada votación, ese chico de 18 años vota libremente, faltaría más, quizás a quien mejor le cae, al más simpático, a quien su intuición le aconseja.    

     A su lado, en la misma fila aguardando su turno, un anciano que ha vivido mil experiencias, que ha tratado y conocido de cerca a algunos políticos, que ha visto los engaños, los aciertos, las dificultades, y todo tipo de vicisitudes en la vida política del país, tiene ya en el sobre la papeleta con su voto. Pronto se confundirán en la urna ambos votos y nadie sabrá nunca a  quien corresponde cada una.     “Para mentir mejor hay que leer un poco más”, decía Carlos Herrera en una acertada frase, pero cierta hasta un determinado punto. Si quien oye desconoce tanto como el que habla, ¿Qué más da que sea vedad o mentira? ¿Cuantos oyentes se tragaron que en el 1977 Andalucía había votado en referéndum su permanencia en España? Pues muchos, millones que no tienen ni la menos idea de lo que pasaba en la España de la transición ni se han preocupado en saberlo. Y ¿todos los votos valen igual? Pues así estamos, camino del caos.



miércoles, 9 de diciembre de 2015

MENTIRAS ARRIESGADAS

Publicado en el diario La razón el miércoles 9 de Diciembre de 2015

         En mi columna del Diario de Cádiz del pasado sábado 5 de diciembre (“Puedo prometer y prometo”) comparaba las promesas electorales de políticos de hace unos años, como Adolfo Suarez, Luther King, o Anguita, tan distintos y distantes, y lo que para ellos significaban, siempre arriesgadas, siempre complejas y difíciles de cumplir, pero en las que creían y por las que estaban dispuestos a luchar para lograrlo, al lado de las vacías “mentiras arriesgadas” de ahora en las que ni ellos mismos creen, y si creen saben muy positivamente que, esta vez, no dependerá de ellos solos, sino de los acuerdos a los que lleguen con otros partidos.
         Echaba de menos en los programas de hoy las propuestas de Pactos de Estado para la Educación, la Justicia o la reforma constitucional, que alguno propone, pero que la incertidumbre de acuerdos posteriores les obliga a concretar lo menos posible, dejando la puerta abierta a posibles negociaciones, no se sabe muy bien con quien y ni siquiera si habrá opción para llevarlas a cabo.
         En esas estábamos cuando el llamado “debate decisivo” ha venido a enturbiar aun más las aguas preelectorales. NI debate ni mucho menos decisivo: un aburrimiento. Forzaron a los representantes de los cuatro partidos, que según las encuestas tienen alguna posibilidad de gobernar, a estar dos horas de pié, sin siquiera el apoyo de un atril. Postura incómoda a todas luces que uno trataba de distraer con un bolígrafo, el otro tocándose constantemente la chaqueta, la otra de brazos caídos…ni hecho a propósito (a lo peor si) para que estuvieran más pendientes de la imagen que de lo que iban a escuchar o decir.  Los cuatro estuvieron muy por debajo de lo habitual. Flaco favor les han hecho.
         Ese tipo de debate, sin casi opción a una réplica documentada a exhibir en el momento oportuno (solo Rivera sacó una portada de un diario y una especie de gráfico con porcentajes de parados con gobiernos de PSOE y PP) permite, como así ocurrió, la proliferación de mentiras sin réplica, como el supuesto referéndum  “para la integración de Andalucía en España” de 1977 puesto como ejemplo por Iglesias de lo que debería hacerse en Cataluña, mostrando una ignorancia increíble en alguien que pretende dirigir a este país. Y así algunas cifras de paro o de contratos temporales absolutamente manipuladas a sabiendas o con referencias porcentuales falsas.
         Pablo Iglesias miente mal, se le nota demasiado, pero no le importa, su público se lo cree todo. Con motivo de la fiesta nacional del 12 de Octubre pasado, dijo tal cantidad de sandeces y de tal calibre que el locutor Carlos Herrera, le dijo: “Para mentir mejor hay que leer un poco más”. Nadie se lo recordó en el “debate decisivo”. 
         Menos mentiras, menos cifras falseadas o sacadas de contexto, menos “y tú más” y más claridad de propuestas y posibilidades reales de llevarlas a cabo. Concreten, digan de una vez en que creen, que es lo que pueden prometer y prometen, o al menos estén convencidos y dispuestos a luchar por conseguirlo.
         Modificaremos la Ley Electoral, la Ley de la Reforma Laboral, la de Educación, la del aborto, la de la Justicia, suprimiremos las diputaciones, cambiaremos esa inútil cámara llamada Senado, modificaremos la Constitución del 78, o directamente abriremos un nuevo periodo constitucional, una segunda transición…y toda las promesas arriesgadas que quieran, pero ¿alguien sabe, algún elector conoce, en que van a consistir esos cambios? ¿Cuáles son las líneas maestras de esos proyectos? ¿A dónde nos quieren llevar? Y sobre todo: ¿Con quién lo van a acordar?
         ¡Que poca seriedad!. Alguno se empeña en hacer de España un Estado Federal, ignorando ( o mintiendo a sabiendas) que la federación la forman varios estados que acuerdan unirse en una federación o confederación. Pues bien ¿de qué estados estamos hablado? ¿Cataluña se federa sola?, ¿con España?, ¿con Murcia, Andalucía, Cantabria o Navarra? ¿Y alguien ha preguntado a estas comunidades si estarían dispuestas a hacerlo? ¿Y qué pasaría con las que no quisieran?  
         No pretendo hacer una caricatura de tema tan serio, es que, sencillamente, en plena campaña electoral no sé a qué juegan nuestros políticos. Ya sé que hoy las elecciones las gana el populismo, la popularidad o la credibilidad que los votantes quieran conceder a los líderes, pero ¿no sería conveniente, a la espera de una Ley Electoral que acerque a electores y elegibles, una mayor claridad en las propuestas, una cierta garantía de viabilidad dimanada de un amplio consenso y, sobre todo, un convencimiento pleno y entusiasta de los proponentes?
         Hasta ahora, lo más a lo que llegan algunos es a criticar duramente lo hecho, pero sin dar o proponer alternativas. En otros casos se limitan a los enunciados, sin hacer gala de un proyecto ilusionante, desmenuzado para ser fácilmente entendible y no esas promesas incumplibles hechas solo para satisfacer a quienes les escuchan o interpelan en ese momento.
         Que los “escuchantes” son jubilados, pues nada, no se bajarán sino que se subirán las pensiones, nada de copagos farmacéuticos, y casi quitar el injusto IRPF que grava por segunda vez los mermados ingresos generados por toda una vida de trabajo y que en su día ya contribuyeron  a las arcas públicas.
         Si son estudiantes, pues se bajan las tasas, se aumentan las becas…
         Si autónomos (soporte imprescindible de nuestra economía y fundamentales  a la hora de crear empleo), pues se les promete rebajar las cuotas o incluso su exención.
         Si se está ante un público adecuado, que lo que les gusta es oír que se va a cobrar el IBI a la Iglesia Católica, suprimir la enseñanza concertada y dos huevos duros, pues nada, se promete la revisión del Concordato Iglesia – Estado Español de 1953, ya modificados por los Acuerdos del 7 de enero de 1979, en el que se consagra la separación de la Iglesia y un estado no confesional, pero, sin tener en cuenta, sin decir, cuántas instituciones culturales, deportivas y de todo tipo están exentas del pago del IBI por los inmuebles que poseen, sin decir el ahorro que para las arcas del Estado (los bolsillos de todos los españoles) suponen los miles de alumnos a todos los niveles de enseñanza, incluida la universitaria, los centros concertados o privados, los hospitales atendidos por órdenes religiosas, Cáritas, Manos Unidas y otras obras sociales que convierten a la Iglesia Católica en la mayor ONG del mundo.
         Respecto a Cataluña, las promesas son, si cabe, aun más arriesgadas y de difícil cumplimiento. Pretenden contentar a un mismo tiempo al 52 por ciento no independentistas y al 48 por ciento que lo son, como si hubiera otra salida que el cumplimiento estricto y riguroso de las leyes en vigor, y más tarde, si pueden, y consiguen el consenso necesario, que las cambien, pero no prometan lo que no depende de ellos.
         En definitiva, terminaba mi “Puedo prometer y prometo”, con una reflexión personal: ahora más que nunca, desde el advenimiento de esta democracia, hay que pensarse mucho el voto, hay que tratar de ver, de intuir,  lo que será el día después del 20D, los pactos y alianzas posibles, las obsesiones de unos y otros, las líneas rojas tan de moda, que no se sabe muy bien para qué sirven y cuando procede saltarlas si más,….Nos jugamos mucho los españoles. Suerte España.